Este segundo artículo no iba a existir. De hecho, en la lista inicial que tenía en mente ni siquiera lo contemplé. Pero, tras darle algunas vueltas, he decidido hacer algo que nunca antes había hecho: escribir sobre el peor momento que me ha tocado vivir. Dicen los expertos que poner por escrito tus traumas puede ser una forma de terapia que muchos deberían considerar, especialmente quienes luchan contra la depresión. Por suerte, nunca la he padecido... o al menos, no he sabido reconocerla. Tal vez sea porque, en algún punto de mi vida -de forma inconsciente- tracé una línea roja. Un límite invisible que me juré no cruzar.
Esa barrera emocional surgió a finales del año 2000. En aquel entonces, y siguiendo con lo que estaba explicando en el artículo anterior, el wrestling se estaba convirtiendo en algo más que una distracción semanal. Gracias a Internet, no sólo comencé a informarme acerca de WWE, WCW y ECW, también descubrí qué se cocía en Japón a cuentagotas, y también en España, pero no hablando estrictamente de lucha libre profesional nacional, algo que prácticamente había desaparecido debido a una falta de pase de antorcha generacional que tuvo lugar muchos años atrás. Investigando, descubrí la existencia de otras maneras de comunicarme con la gente, como el famoso miRC, un programa de mensajería para Windows que permitía conectarse a redes IRC (Internet Relay Chat), donde los usuarios se conectaban a servidores y entraban en "canales", que eran salas temáticas donde se chateaba con otras personas.
En esas salas, comencé a chatear sobre wrestling con las primeras personas que no conocía personalmente, entre ellas personas de otros países que, en general, estaban bastante más avanzadas a nivel de conocimiento respecto a la cultura española. En ese momento, todo el mundo usaba apodos, y lo normal era no escribir tu nombre real. Mi apodo era DeathDrop, sacado del movimiento final Scorpion Deathdrop de Sting.
También descubrí que en España, ya se movían cosas en Internet relacionadas con la lucha libre. Además de lo que llegó a ser posteriormente el Club Español de la WWF(E), una web que sirvió de base para el nacimiento de Solowrestling, existían las E-Feds, federaciones cirtuales de lucha libre ficticia gestionadas por fans. Los participantes creaban luchadores (originales o inspirados en profesionales reales) y competían escribiendo promos o historias. Los resultados de los combates se determinaban mediante votaciones, calidad narrativa o simulaciones. Estas federaciones operaban principalmente en foros, correos electrónicos o plataformas de mensajería instantánea como mIRC. Y una de esas federaciones virtuales, la World Wrestling Warriors, me llamó especialmente la atención.
En aquel momento, no tenía ni idea de cómo gestionar una web, y mucho menos de cómo escribir una sola línea de código. Tampoco sabía editar imágenes, pero aquella comunidad despertó en mí una chispa. Me picó el gusanillo, y empecé a aprender a marchas forzadas. Los personajes estaban diseñados al estilo de los muñecos de South Park: peculiares, graciosos… pero con su encanto. La mayoría se inspiraban en superestrellas reales, como las de WCW o WWE, aunque con nombres diferentes. La curiosidad me llevó a crear mis propios luchadores usando Paint, el programa más básico de todos los tiempos. Mis primeros intentos fueron desastrosos, incluso frustrantes, pero poco a poco fui entendiendo cómo funcionaban las herramientas. Cada dibujo era una pequeña batalla ganada. La World Wrestling Warriors estaba dirigida por gente con la que no terminaba de encajar, por llamarlo de una forma cortés, aunque había excepciones. Una de ellas era el usuario Sewahe, Pepe Serrano, la mente detrás del proyecto EWE (Eventos de Wrestling Europeos).
En aquellos tiempos, Sewahe aún no estaba metido en esas guerras. Fue, sin duda, una de las personas más amables con las que me crucé. Le conté mis inquietudes, le hablé abiertamente de los roces que tenía con quienes estaban al mando de aquella federación virtual. También le compartí una idea que apenas era un borrador en mi cabeza: crear mi propia federación. La realidad es que no tenía ni la más mínima idea de cómo hacerlo... pero él creyó que podía lograrlo. A lo largo de mi vida vinculada al wrestling, me he cruzado con muy pocas personas que realmente apostaran por mí. Una de ellas fue él.
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Yo pululaba por el canal de IRC Hispano que gestionaba la comunicación de los integranes de la E-Fed "WWW" (World Wrestling Warriors). Estaba ya asentado en ese canal cuando un día vi que se conectaba un tal "DeathDrop". Comenzó a saludar amablemente y la reacción de los allí presentes no fue buena. Yo pregunté de quién se trataba y me explicaron "No le hagas ni caso, es un niñato de unos 16 años que es un flipado, cree que puede crear una web y una e-fed de wrestling con cuatro conocimientos básicos que tiene de HTML". A mi me molestó la actitud hacia Sebas, porque nada justificaba que tipos que rondaban la veintena (algunos más) se metiesen y menospreciasen a otro chaval sólo por el hecho de ser algo más joven y tener inquietudes. No pasó demasiado tiempo y le di "cancha" por chats privados de que me explicase sus ideas, proyecto... y menos tiempo pasó aún para que me diese cuenta de que lo que rezumaban los demás chavales era envidia ante el temor de verse desbancados por un crío más joven y con mucho más talento que ellos. No dudé en abandonar mi trabajo y personaje en "WWW" y fiché por su federación virtual. Nos empezaron a caer palos por todos lados. Poco tiempo después se debían retorcer sobre su propia rabia al ver que tanto Sebas como yo, cada uno en nuestro campo, conseguimos lo que hasta ahora aún nadie ha vuelto a conseguir.
Otra de las personas que quiso echarme una mano fue quien estaba detrás del apodo Thoro, un chico con el que llegué a quedar en persona en el metro de Barcelona. Me entregó un dossier repleto de papeles con código HTML, algo básico para montar una web en aquellos tiempos. Lo que Thoro no sabía es que yo era un estudiante bastante malo… así que no pude sacarle demasiado partido a aquel material. Aun así, Thoro, allá donde estés, la intención es lo que cuenta. Y desde aquí, te mando un agradecimiento sincero por haberlo intentado. Con aquellas herramientas básicas y más voluntad que conocimiento, logré montar mi primera maqueta. No sé cómo lo hice, ni siquiera recuerdo dónde la alojé, pero la estructura inicial de mi federación virtual ya estaba en marcha. Solo me faltaban tres cosas fundamentales: un nombre, un sistema para gestionar los resultados de los combates… y lo más importante: ¡los participantes!
Por aquel entonces, empecé a darme cuenta de que WWE tenía un potencial enorme, y que su producto conectaba de forma muy poderosa con los adolescentes de la época... yo incluido. Y no solo lo hacía a través de sus shows semanales, sino también con todo lo que lo rodeaba: merchandising, revistas y, sobre todo, videojuegos. Después de haber descubierto WCW Nitro, probé WCW Mayhem en la PS1. Estaba bien, tenía su encanto. Pero entonces llegó WWF Attitude, con su completísimo modo edición… y después, el juego que lo cambió todo: WWF SmackDown.
Aunque era mucho más arcade que sus predecesores, su agilidad, su frescura y su ritmo lo hacían brillante. A través de él, descubrí cosas que ni siquiera Internet me ofrecía en ese momento. Pero fue con WWF SmackDown! 2: Know Your Role cuando la experiencia alcanzó otro nivel. Los vicios nocturnos con mi colega Alberto fueron legendarios. En ese juego podías crear tus propios PPV, que además recibían una puntuación automática según la calidad del evento. Las luchas podían simularse de forma automática. Era como revivir -en consola- aquel viejo programa que utilizábamos para generar combates en federaciones virtuales (de eso hablaré más adelante).
Mi inmersión en la lucha libre era cada vez más profunda. Todo parecía estar encajando. Pero justo cuando me sentía más conectado con este nuevo universo, sucedió algo. Un acontecimiento inesperado que, sin yo saberlo aún, cambiaría mi vida para siempre.
No recuerdo con certeza si fue en ese momento, un poco antes o quizá algo después, cuando mi vida dio un giro de 180 grados. Sinceramente, no sé situar con exactitud en qué punto ocurrieron las cosas que os voy a contar respecto a aquellas primeras creaciones. Pero, a estas alturas, eso importa poco. Hasta entonces, mi vida había sido bastante normal. Tuve una infancia realmente feliz, con sus luces y sus sombras, como probablemente la mayoría de vosotros.
Tenía dos hermanos geniales, y mi familia pertenecía a la clase media. Mi madre cuidaba de mí y mi padre era una persona muy querida. Siempre fue alguien peculiar, alegre y bondadoso con todo el mundo. Ayudaba a quien lo necesitaba, especialmente dentro de la comunidad cristiana y del barrio en el que vivíamos. Yo fui uno de los afortunados que vivió de lleno la revolución digital: el auge de las consolas en los hogares y, más tarde, la llegada de Internet. No me podía quejar. Siempre estuvieron ahí para mí, y durante aquellos años, no tuve que preocuparme por nada en particular. No era el chico más popular, pero tuve grandes amistades, hice mis cosas y tuve mis novias. Experimenté lo necesario, tenía libertad y no pensaba en cosas negativas. Lo tenía casi todo a mi alcance, aunque no lo sabía ni lo apreciaba.
En aquel entonces cursaba segundo de Bachillerato, el último año de instituto. Muchos de mis compañeros y amigos sabían a qué se iban a dedicar. Yo no tenía ni idea qué hacer. Quizás periodismo. Era un gran aficionado de los datos en los deportes, sobre todo del fútbol. Pero, sinceramente, estaba a pocos meses de terminar y no sabía qué iba a ser de mi futuro. Tenía el fútbol, los videojuegos, los amigos y, desde hacía poco, la lucha libre. Parecía que, aunque iba un poco perdido, todo iba bien. Sin embargo, eso cambió a lo largo del año 2000. Mi padre cayó en una profunda depresión que nadie entendió, ni siquiera los médicos especializados. Todo se fue desmoronando lentamente y tuvo un final muy trágico. Bueno, pudo haberlo sido, pero tuvimos mucha suerte. Con el paso de los meses, todo iba oscureciéndose en casa y mi entorno sabía lo que sucedía a cuentagotas. Con mis amigos, intentaba hacer una vida normal. Seguía saliendo de fiesta e intentaba que todo aparentara estar controlado. No obstante, todo comenzaba a volverse gris y, sin darme cuenta, mi vida comenzaba a cambiar y no entendía por qué.
Los meses seguían pasando, y las cosas empeoraban poco a poco… hasta que, finalmente, todo estalló en un día muy concreto. No puedo dar detalles de lo que sucedió; no puedo contaros exactamente qué ocurrió, porque se trata de un asunto familiar que siempre se ha manejado con discreción. Lo que sí puedo deciros es que, aquel día, algo dentro de mí se rompió. El niño que había sido -ese chaval que nunca tuvo problemas en casa, que fue criado con total normalidad, que idolatraba a su padre, que se ilusionaba con cada nueva etapa de esa maravillosa cosa llamada infancia, que empezaba a despertar sus propias inquietudes- murió en ese instante. Literalmente, tras haber vivido una existencia alejada de conflictos y marcada por buenos valores, me vi obligado a enfrentarme al mal. Y no de forma simbólica: tuve que mirarlo directamente a los ojos. El shock fue brutal. Tanto, que puedo deciros que incluso un agente de policía temblaba, mientras me tomaba declaración por lo que había ocurrido. Mi hermano pequeño estuvo a punto de morir en el proceso. Y todo apuntaba a que, desde ese momento, mi vida iba a tomar un rumbo completamente distinto.
Sé que algunos de vosotros habéis tenido una infancia complicada, y en ningún momento pretendo compararme, ni mucho menos desear haber pasado por algo así. Como ya he explicado más arriba, en líneas generales tuve una infancia realmente buena. Pero en mi caso, vivir lo que me tocó vivir fue como recibir una gran hostia de realidad. De esas que te despiertan de golpe y te enseñan qué es la auténtica vida. Daría para un libro, os lo aseguro. Pero esta historia no va de eso… aunque necesitaba contarlo, al menos por encima.
Por suerte, mi hermano sobrevivió y, con el tiempo, todo se fue solucionando. Tuvimos suerte, mucha suerte. Pero lo más difícil no fue el suceso en sí, sino el regreso a la rutina. Volver fue lo peor. Mis compañeros, e incluso muchos de mis amigos -a quienes no culpo en absoluto- no sabían nada de lo que había pasado. Me sentí completamente solo, especialmente durante los primeros días. Mientras en casa todo era un caos, yo volví al instituto y me encontré con un ambiente frío, ajeno. Me sentí ignorado, casi invisible. Y no les culpo: había muchos nervios por finalizar el curso, nadie sabía nada, y tampoco entendían por qué, de repente, ya no era el mismo. Ya no era ese chico alegre. Ya no tenía ganas de hablar, ni de estudiar. Acabé pidiendo repetir curso. Por suerte, tenía un director y un jefe de estudios excepcionales, tanto en su profesionalidad como en su calidad humana. Lo entendieron. No me pidieron muchas explicaciones. Sabían lo esencial y vieron que lo decía convencido. Fue la primera vez en mi vida que repetía, y ocurrió justo en la recta final de esa etapa. Pero la decisión estaba tomada. Y fue, sin duda, una buena decisión.
Aunque los pequeños detalles empezaban a encajar poco a poco, las cuestiones personales seguían igual… o incluso peor. Me encerré en mí mismo, me emborrachaba, salía y volvía muy tarde a casa. Era un chico completamente incomprendido, incluso por mi propia familia, que bastante tenía ya con lo suyo. Tomé decisiones equivocadas, rompí amistades y, sinceramente, no sabía cómo salir de aquel círculo vicioso. Por suerte, un día me dio por parar y pensar. Rebuscando entre mis cosas, encontré una vieja cinta de vídeo, de aquellas que había grabado de Telecinco. La puse… y ahí estaba Sting, luchando contra DDP, reviviendo una de las noches más especiales de WCW Nitro 1999: cuando Sting se coronó campeón mundial. Entonces lo recordé. Ese luchador había sido una parte importante de mi adolescencia, era un chute de adrenalina. Llevaba semanas sin ver wrestling, lo había dejado por completo. Pero volví a ello. Y lo hice con fuerza. Lo consumía a diario, como si necesitara recuperar el tiempo perdido. Tenía que romper esa tónica, y el wrestling fue mi vía de escape. Y al cabo de unos días, lo supe con total claridad: la lucha libre se había convertido en mi nuevo mejor amigo. Un amigo silencioso, pero necesario. Un amigo que me salvó en mi peor momento.
El wrestling me devolvió al ordenador… y también al mundo de las federaciones virtuales. Había dejado un proyecto a medias y sentía que debía retomarlo y darle forma. Me faltaban tres cosas clave: el nombre, el sistema… y los participantes. Me puse manos a la obra, y así nació la WZF (Wrestling Zone Federation). Nadie de mi entorno entendía muy bien qué estaba haciendo. Ni mis amigos, ni mi familia. Pero yo estaba lanzado. Fue entonces cuando descubrí un programa que simulaba los resultados de combates según las características de cada luchador. Era algo así como una base de datos integrada en un ejecutable: almacenaba el nombre, los movimientos, el peso, la altura, la velocidad… y otros atributos de cada personaje. Pregunté recientemente para intentar recordarlo, y un pajarito me ha chivado que se llamaba Zeus. No sé si ese era su nombre real, ¡pero era una joya! Podías crear tus propios personajes, diseñar una cartelera y el programa generaba automáticamente los resultados: “Tal ha vencido a tal por pin tras aplicar este movimiento”. No sé quién me lo pasó ni dónde me lo descargué, pero descubrir aquello fue una maravilla. Y fue el primer gran paso para levantar ese proyecto, que duró un tiempo. Nunca llegó a ser tan bueno ni tan popular como World Wrestling Warriors, pero conocí a mucha gente increíble (¡un saludo, hermanos Rapo!), convencí a algunos amigos para que participaran… y lo más importante: me lo pasé realmente bien. Fue una terapia inesperada, una distracción creativa en el momento justo. Y, sinceramente… que me quiten lo bailao.
Al tanto seguía consumiendo wrestling, y nos acercábamos al mítico WrestleMania X-Seven, el mejor de todos los WrestleManias de la historia de WWE. Para ese entonces, en parte gracias al wrestling, mi situación mejoró considerablemente. Mi casa volvía a ser lo que era poco a poco, y mi vida comenzaba a regresar a la normalidad. Pasado un tiempo, comencé a dejar de lado el tema de las federaciones virtuales y me centré en el producto de WWE. WCW estaba muriendo lentamente y finalmente fue comprada por Vince McMahon. Lo mismo sucedió con ECW. El producto me tenía atrapado y comencé a pensar en otras cosas.
Lo primero que hice, tras cumplir los 18 años y haber superado una etapa durísima en un tiempo récord dadas las circunstancias, fue buscar una forma de rendir homenaje a la lucha libre. Tenía que crear algo que siempre me recordara que nunca debía volver a caer. Sentía que tenía que hacerlo. Necesitaba algo simbólico, algo que me recordara que ese “pequeño mejor amigo” -como había acabado viendo al wrestling- siempre estaría ahí, incluso en los peores momentos. ¿Y qué se me pasó por la cabeza? Un tatuaje. Barajé varias opciones, pero finalmente me decanté por Goldberg. Su tatuaje era algo muy concreto: no era excesivamente grande, pero tenía fuerza y significado. Además, pensé: “¿Quién en España va a reconocer este tatuaje?” (...risas) Estaba decidido.
Pero necesitaba a alguien que me acompañara, alguien que estuviera a mi lado en ese momento tan especial. Y ahí apareció otra gran amiga del instituto: Irene Aragón. No sé si Irene conocía del todo mi historia reciente -quizá sí, quizá no-, pero me apoyó en aquella “locura” sin hacer preguntas. No me juzgó. Simplemente estuvo ahí, y eso fue más que suficiente. Irene quizás no lo piensa, pero siempre fue una persona que me aportó mucha frescura en mi adolescencia. Apareció en momentos clave y me ayudó, o al menos estuvo a mi lado. Le tengo más cariño del que piensa y, por ese motivo, le he querido rendir mi pequeño homenaje en esta historia, porque también es parte de ella.
Lo peor ya había pasado. Había comenzado a reconducir mi vida y me preparaba para afrontar el último año de secundaria. Muchos de mis amigos nunca supieron por qué repetí realmente, pero con el tiempo, es algo de lo que uno no se tiene que avergonzar, así que me limité a no dar explicaciones. Con la cabeza un poco más asentada, estaba dispuesto a seguir explorando mis aventuras en Internet. Eso sí, la experiencia me había dejado una lección clara: ese nuevo amigo -la lucha libre- se había quedado en una esquina de mi habitación... preguntándose qué haría con él. Sabía que estaría allí para siempre, entonces me hice una pregunta: ¿Y si podía sacarle más partido? ¿Y si había llegado el momento de dar un paso más y tomármelo en serio? Ya lo había visto en otros sitios: en WCW Latino, en CEWWF. ¿Por qué no escribir? Pero no fantasía, sino escribir sobre el producto REAL en sí. Podría decir que en la vida había madurado a marchas forzadas, y sentía que en el wrestling debía hacer lo mismo. Quizá aquel fue el primer paso de muchos. Un pequeño gesto que, sin saberlo, empezaría a marcar el rumbo de todo lo que vendría después.
Antes de terminar, y de pasar al siguiente artículo -que prometo será mucho más positivo-, quiero lanzar un mensaje a todas aquellas personas que han pasado o están pasando por momentos de depresión, o que han vivido algún tipo de trauma: buscad ayuda profesional. Un especialista puede marcar la diferencia. Yo tuve suerte. Encontré un hobby que me ayudó a salir del pozo. Pero sé que no todo el mundo encuentra una salida tan fácilmente. En mi caso, mi infancia fue un salvavidas, una base sólida sobre la que volver a construir. Sentirás que nadie te entiende, que todos te ignoran, que no le importas a nadie… Pero créeme: siempre hay una salida. Siempre.